Cuatro de los cinco clubes más grandes de la Argentina buscan alternativas para superar la falta de triunfos que los invade. Boca, más tranquilo por los éxitos deportivos, también tiene sus propios inconvenientes que resolver

La historia, la cantidad de hinchas y los títulos, identifican el grupo de los cinco equipos grandes de la Argentina. Boca, River, San Lorenzo, Independiente, Racing y los problemas que aquejan a cada uno de ellos en diferentes niveles de gravedad. Grandes que no deberían tener problemas económicos si las cuentas fueran manejadas con un estricto orden administrativo. Grandes que nadan en el barro y cada dos brazadas asoman la cabeza para respirar un poco de tranquilidad.

En la actualidad, es Independiente el que está internado y pasa de la sala de terapia intensiva a la esperanza de la recuperación en noventa minutos. La tiene difícil el equipo de Avellaneda que conduce Gallego. El promedio, esa maldita palabra que afectó a dos de los grandes en los últimos años, es una mochila pegada a la camiseta roja. El conjunto del “Tolo” debe ganar o, al menos, debe sumar muchos puntos para lograr zafar del descenso, ese fantasma que deja de ser una ilusión cuando las fechas se tachan en el calendario.

El “Rojo” está mal pero puede cambiar su destino. Porque tiene un técnico con experiencia y respaldo popular, y porque se ha reforzado con jugadores que pueden lograr dar vuelta la situación que le duele, y mucho, al hincha de Independiente.  Al problema de los números hay que sumarle una deuda construida durante el pasado reciente y una debilidad institucional que Cantero intenta reconstruir desde el sillón de la presidencia. La lucha contra los Barras bravas que lleva adelante el presidente es un oasis en el medio de un desierto.

El vecino de Independiente no logra encontrar el camino que lo lleve a pelear por un campeonato.  Racing se fue abucheado en el último partido y la falta de identidad preocupa a Zubeldía, un técnico trabajador que no encuentra la fórmula para ganar. Los rumores de una posible salida del DT empezaron a correr tan rápido como el respaldo de sus jugadores. Y la lógica del fútbol argentino volverá a hacerse presente. Si los resultados inmediatos no son positivos, la presión y el murmullo invadirán el Cilindro de Avellaneda.

En Boedo aterrizó la dupla Lammens-Tinelli  para inflar el salvavidas y rescatar a San Lorenzo de una crisis que parecía irreversible. El Ciclón la pasó mal en el final del campeonato pasado. El descenso le golpeó la puerta pero Caruso Lombardi se negó a abrirle. Los hinchas sufrieron, lloraron, se amargaron y volvieron a respirar cuando la permanencia en Primera se concretó. De ahí en adelante se produjo la salida de Carlos Abdo, ex presidente de la institución, las acusaciones dentro de una comisión directiva descontrolada y el adelanto de las elecciones para cambiar el rumbo de la historia reciente.

San Lorenzo lucha por salir adelante. Tinelli aseguró que ya encargaron una auditoría general para saber en qué situación están las cuentas y que se le pagó a los empleados del club que ni siquiera cobraban a término. Ahora es el turno de que Caruso y el equipo reflejen el orden y la contundencia que el nuevo gobierno empezó a ejecutar en el club. Y ahí anda San Lorenzo, tratando de volver a ser un equipo competitivo y sin deudas. Un grande sin fisuras.

River y Boca viven situaciones abruptamente distintas. El conjunto de Núnez ascendió después de un año negro para su historia y ahora intenta levantar cabeza cada domingo que vuelve a rendir el examen, que solo acepta un triunfo como resultado. El “Millonario” está presionado por su gente, por los promedios y porque tiene la “obligación” de demostrar que el descenso fue sólo una burla del destino.

Mientras Almeyda convive con el fantasma de Ramón Díaz y el respaldo público de Pasarella, el hincha exige triunfos y buen juego a corto plazo. Demasiados pedidos para un equipo que aún no logra recuperarse del peor golpe de su historia.

En el otro rincón está Boca y sus matemáticas resueltas. No tiene deudas, no pierde y no se preocupa por los promedios. Falcioni está al mando de esas cuentas a pesar de que su cargo se ha puesto en duda más de una vez, desde que inició su carrera en Boca. Aún así, el “Emperador”, enfrenta las críticas de un juego poco vistoso con una catarata de números que respaldan su accionar en el club de la Ribera.

La única crisis real que sufre Boca es la pelea de la barra brava. Una guerra en la que los colores del club se ven asociados a la lucha por poder de dos facciones que quieren quedarse con el trono del paravalancha. Daniel Angelici admitió que conoce a los barras pero indicó que no encuentra motivos para impedirles la entrada al club. Mientras tanto, Boca siempre está expuesto a que su nombre quede manchado por los violentos.

Cada uno de los cinco grandes tiene problemas para resolver. Los resultados, las finanzas, los promedios, la estabilidad institucional, las barras bravas, los inconvenientes que incomodan el presente de los clubes. Cada uno combate sus propios problemas. Las soluciones esperan para que algunos las encuentren y para que otros las dejen pasar por al lado.

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